lunes, 21 de julio de 2008

Tomates y melones...

Escuchando "Honey and the Moon" de Joseph Arthur...

A veces introduzco en google nombres de personas, que en algún momento significaron algo en mi vida, y que, a pesar del tiempo y la distancia, no han dejado de ser importantes. Desde la escuela a la universidad pasando por algunos trabajos, sin olvidar las amistades de verano, de esas breves pero intensas, que marcan las estaciones y el paso de los años más que las doce uvas o el calendario.

Busco sobretodo que habrá sido de algunos/as con los que hace mucho tiempo perdí el contacto, ¿les habrá ido bien?

Es curioso como en la escuela, esas “parejas de baile” que la vida te va poniendo al lado, eran casi siempre chicos, a lo peor va a ser porque hasta sexto no vimos las faldas más que a lo lejos, y como en la universidad pasaban a ser chicas… Cómo las excursiones de alta montaña, los campamentos y las salidas de pesca pasaban a convertirse en fiestas en discotecas y días tranquilos de playa.

Recuerdo que con alguna de “ellas” había una muy profunda amistad, no penséis mal, a pesar de que la mayoría de nuestros conocidos daban por hecho que algo más existía entre nosotros, con “ellas” nunca pasó nada, muchas risas, noches en casa de sus padres, en habitaciones separadas por supuesto, viajes, y una complicidad especial que permite, con la mayor naturalidad, retomar amistades desconectadas por las circunstancias y el tiempo.

Algunas veces descubres algo nuevo, mira, Blasco ya es crítico de cine en La Vanguardia y en Catalunya Radio, que tío!, anda! Sandra al final se casó con aquel reputado cocinero y han montado un restaurante en la capital; Pedro sigue su ascenso en el Ayuntamiento, y Ana, acertó con su segundo matrimonio; y mira quién aparece en el directorio del profesorado del MIT…

Otras veces aparecen sus nombres en actos de presentación de nuevos directivos, wow. Y a veces no aparece ninguna referencia, ops…

Hace unos meses llamé a María, encontré sus datos como nueva Directora de Marketing en los actos de presentación de la misma. Con María tampoco hubo nada, bueno, no es que no hubiera nada, largos paseos por la playa, salidas a navegar, conciertos de música… vamos nada.

María se casó, con su eterno pretendiente, dos niños, un niño y una niña, guapetones los dos, años de matrimonio y algo que nadie desea, que poco a poco se apague lo que mantiene las parejas unidas (que no siempre es lo mismo). Él no se portó bien durante el divorcio, suele ocurrir. Pero la peor parada ha sido ella, y no se si lo sabe. La carga de los niños, la hipoteca, el trabajo, la falta de tiempo, los desplantes del ex, todo eso es lo que se ve, pero a la María que yo conocía le hubiera faltado tiempo para quedar a comer. Una comida de una hora garantiza seguro unos días de anestesia, una hora de risas aseguradas que son el mejor remedio contra cualquier dolencia, una hora de recuerdos que por lo menos te retrotraen a un tiempo no mejor pero diferente.

El camino cambió a María.

Y me pregunto porqué algunos maduramos como tomates o melones y otros no... Va a ser que algunos no maduramos… Ojalá sea solo eso, que algunos somos unos inmaduros irresponsables y seguimos pensando como crios, somos los Peter Panes, que se ríen del futuro por crudo que venga y no pierden el buen humor y la sonrisa por mucho que nos golpeen.

2 comentarios:

Javi García dijo...

Recuerdo cuantas veces nos repitieron que la cumbre no era importante. Siempre estaría allí esperándonos, así que dar la vuelta cuando las cosas se complicaban era lo más inteligente. Esa era una de las virtudes de la montaña, si respetabas sus reglas, ella te respetaba, no siempre, pero en general era un acuerdo que solía funcionar. A veces, hecho de menos ese tipo de acuerdos o como mínimo, cuando se rompen, que las partes fueran capaces de mostrar algo de memoria.
El camino cambio a María, no fue a la única, ya no creo que se trate de madurar. Al final todo parece reducirse a resistir, a ser capaces de mantener una proporción de nosotros mismos alejada del la realidad, indiferente al camino. Tratando de que no nos salpique ese ácido llamado cotidiano.
No todos poseemos la fortaleza para preservar en nuestro interior el optimismo, aunque claro, siempre nos quedará París o como mínimo, aquellas fotos tomadas en Núria donde un grupo de chavales, se divertía con la seguridad de la inocencia pero sobretodo con la certeza que “la amistad a lo largo” como dice Biedma, sería un lugar al cual siempre podríamos regresar a pesar del tiempo transcurrido.
Felicidades de nuevo por tu blog, siempre es bueno caminar acompañado de un buen amigo, sea por la montaña o por la red.

Anónimo dijo...

Pues yo creo que sí maduramos, son ellos los que no llegan a hacerlo y se estropean por el camino. Los que vas viendo, poco a poco, cómo se van cubriendo con una capita de moho.
Justamente porque maduramos, sabemos valorar ese rato de risas que antes encontrábamos eterno y de lo más normal.
Sabemos de verdad la importancia de los amigos, esos que siempre están ahí, y nos necesitan y los necesitamos. Esos a los que necesitas llamar cuando dejas de dar saltos de alegría por cualquier noticia, esos a los que coges el teléfono aunque sea a las dos de la mañana para pintarles una sonrisa y enjugarles una lágrima.
O esos a los que solo ves una vez al año y con los que recuerdas la infancia que aún no perdimos (son las batallitas que contamos quienes no tenemos mili que contar).
Yo creo que sí maduramos, y por eso sabemos que la risa es también un arma cargada de futuro, el único arma para luchar contra esos golpes que a todos nos van llegando sin perder un ápice de cordura y humanidad.
Sabemos que Peter Pan puede que sí haya crecido. Pero nunca dejó de ser Peter Pan y de vivir en el país de Nunca Jamás.